viernes, 10 de mayo de 2019

El regreso a casa

El regreso a casa no se trataba de regresar a casa. 
Esperé toda la mañana a que mandaras mensaje pidiendo vernos de nuevo a escondidas, allá, por las orillas.
Nada.
El camino de vuelta tenía que tratarse de ti y de mí: yo en la carretera y tú en lo que siempre haces los domingos a partir de las 4. 
Algo.
Hasta ahora se te ocurre pensar en mí, ya que voy bien metida en mi coraje y mis ganas de no volverte a hablar. Te respondí porque no aguanté las ansias de saber si querías verme, aunque sabía que no las tenías. 
Todo.
No te hablo mucho ya pasados los días, porque soy consciente que si te vuelvo a ver, me dejarás plantada en una cita no acordada, pero que todos saben debe haber.
Pero.
Que me sea corta la estancia aquí, porque sólo Dios sabe cuánto te quiero ir a ver. 


jueves, 24 de mayo de 2018

Me gusta

Me gusta correr e imaginar historias mientras lo hago; no me gusta tener las uñas largas, pero me gusta cómo se ven; me gusta hacerme coletas y usar ropa flojita; me encanta el sol y quemarme aunque haga daño; me gusta bajar corriendo las escaleras y ver cómo se alocan mis pechos; me gusta amanecer con los labios hinchados; me gusta escuchar cuando alguien que me gusta dice mi nombre; no me gusta mi letra, pero me gusta mi “a”; me agarra ansiedad cuando me entra una llamada; me gustan los girasoles y la flor de calabaza; me gustan los anillos, pero casi nunca uso. 

lunes, 16 de enero de 2017

Un día, París

Un día, París. Qué mejor que se tratara de la lluvia allá fuera, que se mojara el techo de teja, las calles limpiaran el imparable tráfico: carros, run, pasos, clack. Tal vez una semana de labores pesados para los franceses, ¿y? Estaremos sentadas viendo cómo caminan todos como locos, desesperados porque el reloj va demasiado a prisa y sus zapatos no jalan a la par del tick    tack, tick   tack, tick  tack, tick tack, ticktack. Nos miran de reojo esperando una señal de vida, pero somos tan ajenas a ellos, tanto que somos otro mundo. A nosotras no nos llueve, no nos moja, no nos limpia, no nos pasa. Somos ajenas al resto de los parisinos. Iremos a la rue de Seine, tomándonos las manos, tal vez y encontremos a la Maga, pero lo dudo, porque tú y yo nos estaremos reencontrando. Tendremos veintitantos. Tú el cabello largo, para entonces el mío será de nuevo chino. Te referirás a mí con otro nombre, muchas veces. Brincar los charcos, comer pan francés (pero todo el pan allá es francés, todo lo que está allá se vuelve francés, tú, yo, otras personas). Antes de salir corriendo por cada rue, te pido que mires adelante y a los lados, que no me veas, porque te perderás de las fachadas húmedas y de la gente elegante parada en los semáforos. Ahí, a tu izquierda, está el señor que vende periódico viejo, como si a alguien le importara saber qué fue París hace unos meses. Ya nadie compra papel. Al lado, una cafetería a punto de quebrar, las empleadas no entienden otro idioma más que el suyo. Te perderías de toda esa vida si me vieras y si yo te viera. No habríamos sabido que “fuimos” en París, que ahora somos pero en otra ciudad, otro horario, otro idioma, contándonos zapatos enlodados, tacones caros, que fuimos por un momento otra gente, otra historia. Sin embrago, tanto cambio no nos pudo. Nos vemos cada vez que podemos, y entonces volvemos a ser, sentadas, una mesa, un café amargo, tomándonos las manos por debajo de la mesa, sin que nadie siquiera sospeche sobre nuestra locura más grande.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Te quiero, hermano

¿Conociste a la muchacha que vivía en la casita azul? ¡Por supuesto que la conociste! Quería contigo. Siempre pasaba por tu ventana con su morral tejido a mano, su monedero de plástico, bien bonito, y sus zapatos con tacones tiqui-taca, porque así sonaban. La mujer pasaba apresurada, así como no queriendo caminar por allí pero al mismo tiempo anhelando que la vieras hasta que se daba vuelta por la casa de Ofelia. 
Solo le hablé una vez, le pedí que me diera permiso porque quería agarrar unas uvas. Me dijo, amablemente, que claro, que pasara. Se me quedó viendo y me sonrió. Tenía una corona. Yo únicamente le di las gracias, pagué y me fui. Ella sabía que yo era tu hermana, bueno, que soy tu hermana. 
La vi hace una semana allá por Monte Azul, la mujer ha cambiado, se ve desanimada, ya no tiene el entusiasmo con el que la conocí, ya no menea la cadera, ni pone la espalda erguida. 
¿Te llegó a gustar alguna vez? Porque jamás vi que la invitaras a platicar al parque o a beber café de mi abuelita allí en la casa. A mí no me caía mal. Bueno, te dejo, yo solamente quería recordarte que alguna vez fuiste guapo y que alguien llegó a verte con ojos pícaros. Porque ahora estás muy chocoso y con muina todo el santo día. Te quiero, hermano.

sábado, 27 de febrero de 2016

Víctor

"Les voy a contar una cosa. Es que cuando se le mete el diablo al tiempo, se le mete. Me he despertado muy contentita porque soñé cosas que debo guardar para mí (de esas historias que ni principio ni fin necesitan, pero se siente como si así nos sucedieran en verdad, neta, se los juro), porque si las ando despepitando, pues nada, me quemo. Como cuando sueñas que te besas con la persona más ajena a tu gustos y cuando la ves al otro día te da una pena tremenda que ni sabes explicar; y lo peor es que termina gustándote ese desgraciado. A eso no voy con lo que quiero contar, pero necesitaba su atención.
Imagínense este escenario: una tienda de ropa deportiva, con los vendedores más sonrientes del mundo, se los juro, radiaban de felicidad, estaban como tiesos de la cara, "buenas tardes, estoy aquí para ayudarle en todo lo que se le ofrezca. Tenemos descuentos en tal, tal y tal cosa. Y si se lleva más de tres prendas le rebajo el tal, tal y tal precio". Es una cosa loca.
Yo me le quedé viendo porque estaba bien chulo, y hablaba bien lindo, y se miraba limpio, y la sonrisa que... ¡Vaya, qué sonrisa, señores!
Él seguía hablando como matemático: que el descuento, que la promoción, que el total sería este. Bárbaro el muchacho. Yo lo veía con unas ganas de que me hablara de otra cosa, no sé, de él, pero nunca me miró con esas "ganas". Creo que ni me echó el ojo. El muy maldito miraba al otro, a aquel muchacho serio que escuchaba interesado las ofertas, al que iba a comprarle, al que con cada pregunta que hacía le robaba el aliento. Me di por vencida. Me ganó. Ni hablar.
Le tomé la mano a este chico serio y nos salimos de la tienda, porque si no lo saben, él y yo andamos, y sé que también le gustó el vendedor. Lo conozco perfectamente.
Al final del día, me miró y me sonrió, aunque no era por mí esa felicidad cosquilluda, era por el otro muchacho. Porque hace tiempo que no me agarraba con tanta intensidad llamándome Víctor."

jueves, 25 de febrero de 2016

Me he enamorado solamente una vez en mi vida

"Me he enamorado solamente una vez en mi vida. Bueno, dos. Aunque también recuerdo aquella vez en mayo; pero hay otra en octubre. ¡Está bien! Me he enamorado un chingo de veces; sin embargo, ha sido de maneras muy distintas, así que puedo decir que me he enamorado solamente una vez de cada forma".

lunes, 25 de enero de 2016

Para ti:

Para ti:
Oye, te quiero contar algo importante: ya no te odio. Ya ni siquiera te recuerdo con mala fe, de hecho hasta hablo bien de ti. Ya no se me frunce el ceño cuando se me pregunta por ti o cuando por error o a propósito te empiezo a recordar. ¿Sabes? Me enseñaste cosas buenas que en su momento vi mal:
Se me hacía malo perder el tiempo para asistir a tus citas extrañas en lugares bien raros de la escuela. Tampoco me gustaba tener que llegar tarde a mis clases porque a ti se te ocurría verme y darme un beso antes de irte. Y mucho menos me gustaba que todos se dieran cuenta que estabas en mi vida, y eso porque me dejabas detalles bien bonitos en mi mesa. Ahora todo el mundo sabe que te quise mucho.
Oye, y si hay algo que me recuerda a ti es el ponche. Una vez me dijiste "te veo a tal hora en tal estación". Estuve puntual y tú ni tus luces. Llegaste 20 minutos después, bajaste del vagón bien rápido y me diste un termo con ponche calientito. Me ofreciste disculpas, me abrazaste y me dijiste "te quiero". Te quise más, pero también me hiciste perder 20 minutos. Por cierto, llegué tarde a mi primera clase. No sabes lo que me hiciste pensar. Los pequeños detalles valen mucho, muchísimo. Los detalles que demuestran esfuerzo y ganas de estar allí. Un ponche. Un ponche.
Gracias a ti tengo ganas de comprarle un café y llevárselo a cualquier lugar en donde se encuentre temprano, dejárselo, abrazarlo y decirle "te quiero". Porque para mí ésa fue la mejor manera de hacerme sentir especial. La mejor manera de expresar amor. Un ponche no, el ponche queda entre tú y yo.
Neta, gracias.