miércoles, 23 de marzo de 2016

Te quiero, hermano

¿Conociste a la muchacha que vivía en la casita azul? ¡Por supuesto que la conociste! Quería contigo. Siempre pasaba por tu ventana con su morral tejido a mano, su monedero de plástico, bien bonito, y sus zapatos con tacones tiqui-taca, porque así sonaban. La mujer pasaba apresurada, así como no queriendo caminar por allí pero al mismo tiempo anhelando que la vieras hasta que se daba vuelta por la casa de Ofelia. 
Solo le hablé una vez, le pedí que me diera permiso porque quería agarrar unas uvas. Me dijo, amablemente, que claro, que pasara. Se me quedó viendo y me sonrió. Tenía una corona. Yo únicamente le di las gracias, pagué y me fui. Ella sabía que yo era tu hermana, bueno, que soy tu hermana. 
La vi hace una semana allá por Monte Azul, la mujer ha cambiado, se ve desanimada, ya no tiene el entusiasmo con el que la conocí, ya no menea la cadera, ni pone la espalda erguida. 
¿Te llegó a gustar alguna vez? Porque jamás vi que la invitaras a platicar al parque o a beber café de mi abuelita allí en la casa. A mí no me caía mal. Bueno, te dejo, yo solamente quería recordarte que alguna vez fuiste guapo y que alguien llegó a verte con ojos pícaros. Porque ahora estás muy chocoso y con muina todo el santo día. Te quiero, hermano.

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