sábado, 27 de febrero de 2016

Víctor

"Les voy a contar una cosa. Es que cuando se le mete el diablo al tiempo, se le mete. Me he despertado muy contentita porque soñé cosas que debo guardar para mí (de esas historias que ni principio ni fin necesitan, pero se siente como si así nos sucedieran en verdad, neta, se los juro), porque si las ando despepitando, pues nada, me quemo. Como cuando sueñas que te besas con la persona más ajena a tu gustos y cuando la ves al otro día te da una pena tremenda que ni sabes explicar; y lo peor es que termina gustándote ese desgraciado. A eso no voy con lo que quiero contar, pero necesitaba su atención.
Imagínense este escenario: una tienda de ropa deportiva, con los vendedores más sonrientes del mundo, se los juro, radiaban de felicidad, estaban como tiesos de la cara, "buenas tardes, estoy aquí para ayudarle en todo lo que se le ofrezca. Tenemos descuentos en tal, tal y tal cosa. Y si se lleva más de tres prendas le rebajo el tal, tal y tal precio". Es una cosa loca.
Yo me le quedé viendo porque estaba bien chulo, y hablaba bien lindo, y se miraba limpio, y la sonrisa que... ¡Vaya, qué sonrisa, señores!
Él seguía hablando como matemático: que el descuento, que la promoción, que el total sería este. Bárbaro el muchacho. Yo lo veía con unas ganas de que me hablara de otra cosa, no sé, de él, pero nunca me miró con esas "ganas". Creo que ni me echó el ojo. El muy maldito miraba al otro, a aquel muchacho serio que escuchaba interesado las ofertas, al que iba a comprarle, al que con cada pregunta que hacía le robaba el aliento. Me di por vencida. Me ganó. Ni hablar.
Le tomé la mano a este chico serio y nos salimos de la tienda, porque si no lo saben, él y yo andamos, y sé que también le gustó el vendedor. Lo conozco perfectamente.
Al final del día, me miró y me sonrió, aunque no era por mí esa felicidad cosquilluda, era por el otro muchacho. Porque hace tiempo que no me agarraba con tanta intensidad llamándome Víctor."

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